martes, 14 de agosto de 2007

Sobre la adquisición de saberes.


¿Sabes cuánto sabes? Leíamos este texto en la reunión de academia de Estrategias y surgieron comentarios. Los profesores respondíamos someramente y en un acto de apocamiento por la escasez de saberes con que contábamos. Uno a uno fueron descubriendo su limitado ser, en una mesa ovalada, grande, de madera fría, así como el clima y el ambiente que se sentía. Llegaba mi turno cuando antes una maestra confundió lo que sabía con lo que quería saber y cambió el rumbo de la pregunta por los comentarios surgidos; ahora la pregunta era: ¿cuál es el último saber del cuál te has apropiado?.


Entonces llegó mi turno. Optimista porque no evidenciaría lo que no sabía, les conté que después de leer a Jaime Sabines, me apasionó la forma de concebir el tema de la muerte en la pluma del poeta Después de leerlo me dejé llevar por mi necrofilia (una característica excéntrica) y traté de aprender todo sobre la muerte, y en esa búsqueda me encontré con la Tanatología: "Disciplina encargada de encontrar sentido al proceso de la muerte". La muerte en letras de Sabines la había superado; ahora sentía la necesidad por saber todo de la Tanatología, así que inicié mi búsqueda del saber consultando, leyendo, asistiendo a conferencias y a círculos de familiares de pacientes en fase terminal. Estaba tan inmiscuida en el tema que no me importaba involucrarme al grado de decir que tenía familiares en fase terminal lo cual consideraba una mentira piadosa con fines referentes al saber. La sensación de saber lo que te interesa e involucrarte en la adquisición de este saber, creo va más allá del aprendizaje significativo de Ausubel: cuando aprendes un nuevo saber provocado por el interés de sólo saber será más placentero y permanente que cuando lo haces por obligación. Probablemente eso lo sabemos o lo hemos escuchado en innumerables ocasiones pero les comparto otra experiencia. Tuve un maestro, hace un año, que nos obligaba (con el poder de ser el maestro) a leer textos de filosofía con un dilatado nivel de complejidad.

No me resistía, tal vez por el enajenamiento que sentía en ese momento por la eminencia de saber que él poseía. ¿Cómo iba a replicar que no entendía?, nadie se atrevería, así que me esforcé al grado de llegar a la comprensión de la idea general de los textos que semana a semana se acumulaban en mi mesa.

Debíamos opinar sobre los conceptos del texto que tocaba cada miércoles. Me esforcé por saber todo, leí todo lo que podría preguntarme, iba preparada para contestar todo, era “experta” en Kant, leí el texto innumerables veces. Cuando el maestro me preguntó que entendía por a priori y a posteriori, conteste muy segura de mi respuesta: “ A priori es lo que conoces antes de haber tenido la experiencia, empíricamente, y a posteriori es cuando adquieres un conocimiento después de haber tenido una experiencia”.


El auditorio ahí presente enmudeció, se percibía miedo; mi rostro había pasado por todas las tonalidades de rojos existentes, y sus ojos se quedaron unos minutos observándome; no había brillo, y junto a ellos una sonrisa sarcástica me volvía a subsumir debajo de la piedra en la que había quedado la semana anterior. Regresé a mi tierra desilusionada, no pude y buscaba todos los pretextos para consolarme por mi ignorancia. Pensaba en cómo regresaría la siguiente vez, lo había hecho todo y no pude; que haré, me decía. Encontré un aliado que me alentó, y entendí que no era fácil que estaba en un camino difícil de recorrer y tenía que hacerlo con pasos firmes y lentamente.


Este saber no era como el anterior, ligado a una emoción e intriga, estaba atada a una necesidad de sentirme menos ignorante y capaz; eran otros retos y otros sentimientos, pero seguía teniendo el mismo fin: saber. Tenía una enfermedad que me aquejaba en ese momento: estaba enferma de ignorancia, seguí escuchando, me embelesaba el discurso del maestro. Comenzó a envolverme cual tornado de palabras que gira alrededor y se lleva todo a su paso. Así fue como pude comenzar a curarme, con la sabiduría y todo lo que él representaba. El convencimiento fue lento, oportuno y seductivo.

Es así como un saber puede ser motivado por el interés o por obligación, en el primer motivo la personalidad de quien reciba este saber determinará los gustos y preferencias, más cuando recibimos o intentamos transmitir saberes por obligación, éstos estarán determinados por un propósito específico y deberán estar guiados por una persona apasionada por enseñarlos que convenza y seduzca de tal manera que la obligación sea sólo el pretexto para lograr el aprendizaje. En nuestro sistema educativo nos hemos visto en la necesidad de obligar a nuestros alumnos a aprender conceptos sin involucrarse en la búsqueda de éstos, sin sentirse intrigados y, peor aún, sin obtener buenos resultados. Espero tener más maestros seductores del conocimiento y, en un acto quimérico, llegar a ser así.
Ileana Cepeda

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades, Ileana, solo quien persevera en los intrincados caminos de la fe, puede encontrar en su propia luz la respuesta acertada y la palabra precisa. Lo demás viene por añadidura. ¡Qué decimonónico! ¿verdad?

Fernando Arellano dijo...

La dulce seducción a través del saber, ¡qué encantador!

Agradezco la referencia, aunque es innecesaria para los fines del texto.

Muy rica reflexión- confesión- stripteaseemotivointelectual.

Espero ansiosamente la siguiente entrega...

Oscarito Benavides dijo...

Ahora puedo medio entender por qué tardaste en esta entrega... Me gustó la parte seductora del aprendizaje, sonó cachondamente intelectual.