viernes, 30 de noviembre de 2007

GRACIAS

Estaba dormida y de pronto la duda me despierta, voy tras ella, pero sólo encuentro más y más dudas, angustias, miedos, algunos momentos de satisfacciones y suspiros de conquista. El camino es difícil y requiere de alas fuertes para volar de pronto y dejar el terreno solo; mis carencias me detienen y me obligan a regresar constantemente para hacer revisiones e identificar errores y en el proceso tratar de corregirlos.

De pronto me encuentro frente a una caja de cristal que detenía mi camino, debía entrar para poder ir más allá o debía regresar y seguir soñando. Bien, decidí parar y pensar en qué es lo que quería; giré hacia atrás y me vi dormida, arrullándome con una canción de Aldo Monge: “Dime porque lloras”. Mi rostro era plácido pero mi garganta se asfixiaba cuando Aldo recitaba:

“por qué lloras tu confesión,
basta ya mi dulce compañera
porque sufrís, si el amor es primavera”

-¿si el amor es primavera? “¡No!”, lancé un grito aterrador al ver la escena tan cursi. Alcancé a perturbar el arrullo cuando canté a gritos:

“Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.”

Disfrutaba la escena. La perturbación al despertar y ver que, despierta, los sentidos se agudizan y percibes tu entorno con la maldad y bondad que existe en él; que las constantes dicotomías te confunden y te obligan a decidir caminos y errar en algunas ocasiones. Consciente de esto, decidí entrar desnuda a una caja de cristal, donde los siete enanos observarían cada centímetro en una revisión exhaustiva de mi ser. Abrí la caja; en mi torpeza creo que la abrí al revés, las manos de mis amigos me ayudaron a cerrarla. Bien, esperaría a que llegaran los observadores.

Mis huesos temblaban y descubrían su fragilidad, mi piel se enrojecía, mis venas se alteraban, se veían mis varices, mi cintura se hacía más estrecha mientras perdía tres kilos en la batalla. De pronto el día es descubierto, un martes 20 de Noviembre. Un día antes había estado chateando con el búho del bosque hasta la madrugada: me ayudó, dirigió mi discurso pero sobre todo me alentó a seguir con la frente alta. Me desperté esa mañana; buscaba una señal que me ayudara a interpretar el día y nada: el mundo parecía igual, transitaban todos con las mismas caras, pagaban sus cuentas, suplicaban amor en las esquinas y los viejos añoraban aquellos tiempos. La normalidad me asustaba.

Me vestí, comí un caldo tlalpeño acompañada de mí. Una comida que me sirvió para reflexionar y tranquilizarme; aspiré la tranquilidad que me dio mi compañía, con el pecho inflamado me sentí llena. Me había estado preparando para corregir las imperfecciones que tenía y aún así seguía demasiado frágil, pero una mano firme me sostenía y mantenía para que no escapara, la mano de una amiga a un lado y la de un guerrero al otro custodiaban mi cuerpo y mi alma para que no le pasara nada.
En una hora les mostré lo que tenía, vieron las cicatrices de mis rodillas y les explique que fueron porque rogaba no perder mi ética y lo que considero verdad. Así surgieron más explicaciones, cada vez me sentía más cómoda en esa mesa ovalada y la sala a media luz, sentada frente a cinco personas que calificarían ¿qué? = a mí. Salí a la hora, satisfecha de haber controlado mi torpeza, exhalé el alma que había aprisionado horas antes.

Seguí encerrada. Siete días después me dieron el veredicto que aprobaría, o no, la posibilidad de seguir el camino que había elegido; rodeada de mis amigos y con su grandeza a cuestas, leí “Aprobada” en letras mayúsculas y separadas como para poder deletrearlas.

Entonces es la hora de agradecer la indispensable ayuda de (en orden alfabético):

Chiu, gracias por decirme en secreto que me iría bien, por su confianza y ánimo.

Enrique, gracias por tu compañía, por compartir tu presentación, por tus constantes llamadas que me demostraban que ahí estabas para lo que se me ofreciera.

Fernando, gracias por tu ayuda, por acompañarme y desvelarte conmigo, tus consejos, tus intervenciones acertadas, por escucharme y calmarme, eres grandioso, te admiro y valoro mucho tu compañía.

Guillermo, gracias por las carcajadas que provocabas en los momentos de tensión, por relajarme y animarme cuando más insegura estaba, gracias por estar ahí siempre que te necesito.

Gloria, por tu serenidad y silencios, por desearme suerte y ofrecerme tu ayuda.

Hiram, gracias por estar siempre conmigo, por escucharme, soportarme, ayudarme, gracias por tu amor, por tu fuerza y tus palabras. Lo siento, el martes es el día de tu mala suerte; tendrás, como dice Fernando, vigilancia
permanente.

Jorge Segura, por compartir material, lecturas, su tiempo, sus ideas, por su ayuda. La humildad te hace más grande, ¿será razón del tamaño de este gran hombre? Gracias por la confianza que me diste, que me retó a demostrar que no están equivocados.

Lucy, por demostrar una verdadera amistad, por compartir tu tiempo, tus libros que significan más que lecturas: compartías tus ideas, por escucharme horas, por detener mi cuerpo cuando se caía y por ponerte en la puerta de la sala para que no pudiera salir corriendo.

Maestro Carlos Omar, agradezco la felicitación y el recibimiento que me otorga.

Maestro Gilberto, por su voz serena que me brinda tranquilidad y confianza y por su sonrisa de protección que me cubre de los agravios.

Mirthala, gracias por tu compañía física y moral, por confiar en mí, darme aliento, sobar mi soberbia y jurar que sirvo para algo.

Oscar, mi amigo esquizoide, gracias por decirme la verdad, por no dormirme con cuentos de hadas y decirme la exactitud de la situación, por tu sinceridad y el aliento. Aprovecho para agradecer a Thelma su compañía y sus oraciones compartidas.

Gracias a la vida por coincidir en mi camino con este grupo de amigos a quienes valoro y admiro, les confieso que mi temor no era reprobar sino darme cuenta que no estaría a su altura, son grandiosos.