domingo, 27 de abril de 2014

Cuentos de madrugada.


Se encienden las luces y comienza la función. El presentador anuncia al domador, quien sale con una enorme sonrisa, las panteras a un lado, los tigres al otro, un látigo y una camisa brillante. Recorre la pista arrancando los suspiros de las gradas y las miradas admirables de los presentes tras su entrada. 
Ella lo sigue con el orgullo de que llevan las mujeres enamoradas. Ese que signa los brazos de los enamorados con un "sólo es mío y para siempre". 
La ingenuidad y el orgullo se acomodan en cada ojo ayudando en la mirada a que el espectáculo del circo gire alrededor de la presencia del domador. 
Él termina, saca al último tigre de la pista y entonces hace la mueca del que esconde el miedo tras una sonrisa impostada. Busca los ojos de ella y con un guiño, agradece su presencia, sólo su presencia, en la función de hoy. 

Cuentos de madrugada.



Nuestro terruño determina tarde o temprano parte de nuestra existencia. Puedes fingir ser el personaje de la imagen, pero tu origen continuará en tus huesos más allá de la muerte. 
Veía la fotografía y encontró restos de alegría en los niños que se mostraban en situaciones cotidianas. 
La imagen tenía el cabello, la piel y la frescura de la sonrisa eterna de la ilusión en la mirada. 
Sentado ahí, en el sillón de terciopelo verde y con el pasado en las manos vuela en el futuro y pierde su doloroso presente.

Cuentos de madrugada



El insomnio se pasea por el borde de los sueños. Va narrando las historias que en las realidades se quedaron inconclusas. Despierta a los amorosos abandonados en las noches obscuras acompañados de la locura al lado de su cama. Se pasea sigiloso entre las cunas. De puntillas roza el llanto de los lactantes que hambrientos llaman a la madrugada. El insomnio descansa cuando ha despertado las suficientes almas para velar a la noche entera. 

Cuentos de madrugada.


Se llevó los colores de las flores. Dejó las bancas vacías recargando maceteros.  Se llevó las sonrisas y las carcajadas. Dejó los cuadros de retratos colgados e inmóviles. Se llevó el olor del café.  Dejó los chocolates que remediaban los desmayos. Se llevó el canto de los ángeles de mediodía. Dejó los relojes en la mesa. Se llevó las caricias en la espalda. Dejó los aceites con olores de vainilla. Se llevó el final de las historias. Dejó las puertas atoradas con cerrojos. 

Cuentos de madrugada.


Resurrección. 
Se duerme. Sueña. Abre los ojos. Levita. Sueña. 
La resurrección amaneció en sus párpados adoloridos, en su ojo cansado, en sus manos de venas encendidas. Resucitó en las madrugadas que cobijan su soledad, en los vasos llenos y las carcajadas vacías. Resucitó a la nada y se levantó sin camino por una senda que lo lleva de regreso en espirales que buscan nuevamente su origen. Un dios asustado alcanzando esperanzas con ojos pequeños y largos cabellos adornados. Un dios que descansa en un sillón, abrazado a sus discursos persuasivos que construyen lo que no se puede ser. Placebos de felicidad. Resucitó y anduvo levitando entre la noche, buscando diosas encantadoras con encantos de cantante adolorida por un dios distinto.