viernes, 24 de septiembre de 2010

Siempre quise que me paseara a caballo.

Por: Ileana Cepeda

Recargada una mano en la manija de la puerta y la otra alzando sigilosamente la cortina de la ventana que daba a la calle veía como arrastraban su cuerpo mientras a gritos pedían que salieran a rescatarlo. El caballo pisoteaba el suelo y revolvía su sangre, que se impregnaba en la tierra por la que a gritos y coraje lidió. Sujetaba la manilla de la puerta mientras la revolución que llevaba dentro me amenazaba el alma, atemorizaba mis sentidos y el temor me detenía como lastre. Un paso atrás mis cuatro hijos me miraban y en silencio me gritaban que rescatara a su padre, que saliera e interrumpiera la provocación.

Solté la puerta y solté la idea de hacer algo por preservar su vida. Virando por la ventana puede despedirme de sus ojos. Lo vi, con la cabeza a rastras, los pies atados a la silla del caballo, los ideales en su piel manchada en sangre... más que nunca, la tierra era de él y la hazaña sólo suya. Su sangre no rodó hasta mi puerta, pero su olor permaneció en mi vida hasta ahora. Aún guardo el sonido de su cuerpo, el olor a sangre, y el sudor de mi mano que no intentó hacer algo por rescatarlo.