viernes, 16 de abril de 2010

Cuando el crimen puede ser ejemplar

La primera vez que leí Crímenes ejemplares, de Max Aub, me impresionó el realismo con el que el autor narraba cada cuento, cada crimen y me aterró la seducción que sentía al momento de leerlos, disfrutaba la lectura, me signaba cada historia, me pertenecía. Cuando leí que el grueso de sus crímenes habían sido escritos por el autor en tierras mexicanas y bajo el arraigo del, tan nuestro, humor negro, entendí la complicidad sentida en cada una de sus letras.

Desde entonces uso el libro para leerles a mis alumnos algunos de mis crímenes favoritos. En ocasiones se asustan e impresionan un poco, pero como le pongo un poco de picardía a la lectura, terminan por pedirme -uno más, profe, y comenzamos con la clase-. Siempre existe el alumno que no le parece la lección: -¿qué le pasa a la profe, por qué nos lee estas cosas?-, pero créanme, mi única intención es que abran las fronteras de la recepción a diversas propuestas de cuentos, escuchando narraciones con una diversidad inimaginable.

El autor inicia el relato de sus crímenes con una confesión de la cual retomo el siguiente fragmento:

“Los hombres son como los hicieron y querer hacerlos responsables de lo que, de pronto, les empuja a salirse de sí es orgullo que no comparto. Los años me han abierto a la comprensión. Desembuchan escuetamente las razones nada oscuras que los llevó al crimen, sin otro que quejarse por su sentimiento. Ingenuamente dicen –a mi ver-- verdades.”

En el resto de la confesión, Aub nos explica el contexto que envuelve cada relato y las razones que tiene para escribirlos. Con el lavatorio de manos antepuesto al yugo de sus próximas letras, nos invita a leerlo en el más estricto sentido metafórico y literario.

Llevar este texto al aula había sido un acto de valentía, incluso de rebeldía, que sacudía con la excusa de “es literatura”, y la biografía de su autor respaldaba al más escéptico moralista que se atravesara en mi camino. Además de las bondades que tiene atender alumnos que son mayores de edad que, aunque no garantiza la madurez ni la comprensión de los textos, avala un nivel de moralidad arraigada y con cierto criterio.

Hace unas semanas presté mi libro a una de mis alumnas que se encuentra haciendo prácticas en segundo grado de secundaria, y resulta que, encantada con el texto, lo lee a los chicos de secundaria, los cuales a su vez escriben en su libreta su crimen ejemplar. Esto dentro de una propuesta didáctica que ella previamente estaba ejecutando con sus alumnos basada en la redacción de textos narrativos. El resultado, fueron excelentes cuentos escritos por los adolescentes plagados de creatividad en donde los crímenes y criminales bailaban juntos por los cuadernos de páginas vacías.

La falta de atención de los padres de la comunidad que atiende mi alumna quizá provoque que ni siquiera lean la libreta de sus muchachos, lo cual la exente de salir en televisión por una semana, siendo tachada de maestra incitadora de criminales; además que, inteligentemente, les pidió las hojas de libreta en donde los alumnos habían escrito sus relatos, para evitar cualquier conflicto. Según relata su diario, los alumnos siguieron escribiendo más y más relatos, ya sin su instrucción, lo cual salió de sus manos y decidió dar por terminada la sesión.

Viendo la preocupación de mi alumna, y relatándome el suceso como un verdadero conflicto moral, reflexionamos sobre lo que escuchan día a día en el noticiero los mismos alumnos que escucharon de voz de su profesora la literatura de Max Aub, con el conocimiento de que lo que escuchaban era ficción, personajes creados para dar vida a un cuento, escenarios que viven imaginariamente, protagonistas sin credenciales en la bolsa, ni recados en el vientre escritos con tinta indeleble.
La cotidianeidad del crimen noticioso, nos ha llevado a alejarnos del asombro que puede causarnos la lectura de un crimen de Aub. La ironía, el sarcasmo y el humor negro del autor son indetectables ante la criminalidad acostumbrada de nuestra sorprendente realidad.

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