miércoles, 21 de abril de 2010

CRIMEN SIN CASTIGO

Por: Ileana Cepeda
He conocido a Raskolnikov, un joven que habita donde vive la indiferencia. En tierras de Sabinas, amigo del conserje de la escuela en la que trabajo, lo encontré norteño encapsulado en un cuerpo de sinceridad andante que inmediatamente evidenció el engaño y las posturas que nos confunden.

Llegué a la normal de Sabinas Hidalgo, después de un delicioso viaje de ida, en donde las yucas hablaban unas con otras quizá; hasta después lo supe, de la inmortalidad y la justicia. Entré al salón y después de una hora y media salía del mismo con la clase terminada. Podemos ir en paz, la sesión ha finalizado, les dije a mis alumnos. Tenía dos horas antes del regresar a la fauna citadina y se me antojó comprar unos quesos. Así que pregunté a Juan el conserje de la escuela, dónde podría comprar quesos hechos en Sabinas. Me contestó haciéndome un croquis verbal, un tanto exagerado, pero funcional, me encaminé a la tienda en plan de turista regional.

Cuando regresé a la escuela (Juan no me había explicado el regreso) tomé una cuadra en sentido contrario y me di cuenta que Juan, y otra persona se reían en el portón de la escuela. Bajé del auto y le pregunté si la calle era en sentido contrario, la respuesta de su amigo, al que no conocía me sorprendió –pues, si ya se la echó, qué más da si era en contra- Siempre reaccionó segundos después, así que le expliqué al tipo que la próxima vez me gustaría manejar en el sentido de la calle, con eso fundamentaba mi duda.

Después de los comentarios cruzados, Raskolnikov decide presentarse. Mi cara marcó la pregunta por su nombre, a lo que el perspicaz personaje contestó, -sí, mi nombre es el del personaje de Crimen y Castigo. –¿La leíste?, inmediatamente pregunté. La conversación se tornó a los aspectos claves de la novela. Evidentemente el personaje de Sabinas y el de Dostoievsky tenían tanto en común. Me sentía realmente emocionada de estar hablando con el personaje de una novela leída. Le pregunté si acaso el pensaba, lucubraba, planeaba un asesinato. Su respuesta me impactó – todos hemos asesinado a alguien en el pensamiento, todos hemos querido matar.

Hablamos de las simulaciones, y los engaños. En Sabinas Hidalgo se había construido con una sola lectura, a un personaje de Novela. Cuando salimos del personaje construido, le pregunté por él, qué hace. Me dijo que estaba desempleado, que no había estudiado y la Facultad de Leyes no había inscrito en sus registros a Raskolnikov. Su nombre lo había condenado a la pobreza y sus padres apenas le habían dado el estudio necesario para terminar la educación básica.

Diariamente busca en silencio a la anciana de su novela, tiene visualizado al prestamista del pueblo, al dueño de la tienda, al de los quesos, a la viuda y al banquero. No existe Sonia en su novela, no ha habido cárceles, ni persecuciones. Su novela la construye en el imaginario constante de un tipo que anda libremente por los caminos de un pueblo, donde mira a los ojos a sus víctimas ficticias.

Terminó mi jornada de trabajo, subí al coche. Mi silencio lo acompañaron los sonidos de las yucas que murmuraban el castigo al criminal en potencia, hacían una convención sobre hacer justicia al pensamiento y a la inmortalidad de un ser imaginario. Los acuerdos no fueron revelados, pero espero contarle a Raskolnikov, que la persecución está cerca y el principio del final del personaje también.

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