martes, 26 de febrero de 2008

Incomodos mails.


Los mails más comunes que transitan en la red son los de contenido motivacional, chistes, cadenas religiosas o intimidatorios “si no lo mandas te puede ir muy mal”, seguramente sabrás de cuales mails estoy hablando.

Los multimails, en general están bien elaborados con buenas fotografías, algunos incluyen buenas citas y podrás reconocerlos por sus títulos así como por las personas quien te los envía. El remitente de los correos es una persona que incluiste dentro de tus contactos y puedes mediante el tipo de mails que te envía clasificarla entre; esta me manda buenos mail, aquel siempre envía cadenas, aquella manda puros chiste vulgares, aquel envía mails informativos etc. Y entonces decides cuales eliminar antes de abrirlos y cuales puedes ver por curiosidad.

Bien dentro de este panorama nos encontramos con nuestros alumnos. Dentro de mis contactos una buena cantidad esta organizada en grupos de alumnos, con los cuales me comunico vía mail, les mando avisos, tareas y permito en ocasiones que me envíen trabajos, ellos por su parte me ponen dentro de sus contactos pero al menos conmigo se han cuidado lo suficiente de enviarme multimails. Por otra parte, de mí nunca han recibido ningún correo que no este relacionado a algún aviso y dirigido específicamente a ellos.

Dentro de este marco de formas (que no quiere decir que sean las mejores) me encuentro en el grupo de español en la modalidad mixta. Cada vez que entro al salón (15 o 20 minutos después ya que el maestro anterior nunca sale a tiempo) me encuentro en el pizarrón interactivo la proyección de mails, de este tipo. Los muchachos atentos como cual alumno enajenado a la clase, mientras que suben el volumen a las bocinas para escuchar la canción relajante y ver imágenes de paisajes hermosos a la vez que leen las líneas “el mañana será mejor”. Ante la presión de mi pie en movimiento apagan las bocinas y me desocupan el pizarrón.

Comienzo la clase y escucho una voz que dice, -enséñaselo a la maestra- me acerco con curiosidad para ver que es lo que me tienen que enseñar y resulta que es un mail, se llama “El hotel de las mujeres insatisfechas” cuerpos desnudos, muy bien formados, de hombres que representaban en cada uno, diferentes prototipos de oportunidades masculinas. Conforme pasaban las diapositivas subías al siguiente piso del “Hotel”, en fin el propósito del mail era retratar la insatisfacción de las mujeres ante los hombres, según el mail siempre queremos más (yo me hubiera quedado en el quinto piso, estaba muuuy bien), al finalizar el correo, las risillas se escuchaban y entonces le pregunto a mi alumna -ese mail ¿quién te lo mandó-, -el profe- me respondió de inmediato, pensé que se lo había mandado un compañero cuando me aclara –el profe de tercera-, -sí- reiteraron sus compañeros lo proyectó en el pizarrón. En estas declaraciones algunas compañeras (en secreto) me comentaron que se incomodaban cuándo el maestro presentaba mails de ese tipo.


Estaba enmudecida, imaginaba las diapositivas que preparan mis compañeros donde proyectan esquemas, actividades, análisis, gráficas, opacadas ante la lucidez del cuerpo de un hombre desnudo y palabras que enuncian chistes malos y sexistas.

No estoy a favor ni en contra, del profe formal de camisa y corbata, bien portado y serio, entiendo las diferentes formas y coincido con la idea de la apertura de pensamiento; pero no considero pertinente ocupar el tiempo y el espacio del aula para estas proyecciones.

La ética de quien usa la tecnología está determinada por su educación (formal o informal) y dependerá de la conciencia que tenga de las causas.

¿será maestro?

¿sabrán sus autoridades el uso que se le está dando a los pizarrones?

¿y dónde está el asesor? esa respuesta si me la sé.
= leyéndoles un mail de chistes a sus compañeros, que están doblados de la risa.

martes, 19 de febrero de 2008

Sé lo que hicieron el verano pasado.


El título puede predecir una historia de terror; pues les cuento que se queda corto, entonces podrán inferir que se trata de una historia realmente terrorífica. Sucedió a finales del año escolar, el verano del 2007. Como presagio de un número maldito se apresuraron los preparativos de los trabajos finales, los maestros adelantamos tareas, apresuramos entregas de trabajos, corríamos y sudábamos por estar a tiempo en el gran cóctel. La invitada sería la directora, el show: los alumnos, los organizadores, asesores, coordinadores y maestros responsables del período, en ese entonces segundo.
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El día llegó. La fiesta fue una verbena con colores y sonrisas. No faltaron los nervios y las mentiras piadosas (por piedad que me perdone el río), la música y el baile; las cartas colgaban de las paredes y la hermosura del tapiz sublimaba el ambiente, las exposiciones, los comentarios –que bien te fue, que bonito te quedó, el tuyo estaba más lleno, tu juntaste más trabajo, tú me ganaste el salón que quería, tú te llevaste el mejor grupo -en fin, la armonía hacía imperar una musicalidad etérea.
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Las felicitaciones al final, los abrazos y los deseos (buenos y malos) se avecinaban en fila. Recogía las carpetas que representaban el final del curso inconcluso, y pensaba en lo que haría la semana que faltaba para terminar el semestre; entonces imagine una serie de sesiones donde hiciéramos círculos de lectura: las alumnas leerían textos, los comentaríamos y terminaríamos las sesiones. El programa se había apresurado tanto que habíamos terminado un campo de dos meses en uno y medio; nos sobraba una semana y resultaba algo parecido a lo que les pasa a los maestros de secundaria el último mes de clases que se la pasan de nanas de niños de secundaria.
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Comenzó el círculo de lecturas y las alumnas superaron las expectativas, eran demandantes y tenaces, así que como premio les ofrecí una conferencia con tres escritores locales. Les emocionó tanto la idea que en ese momento comenzamos a preparar el evento que sería en el salón de clases la última sesión, lo consulté nuevamente con la asesora y dijo que no habría problema, incluso me invitó a hacerlo público para todo el semestre, todas las especialidades y en el auditorio.
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La fecha se acercaba y los murmullos se hacían más fuertes, -vendrán tres escritores a dar una conferencia, se oían los susurros en los pasillos de la escuela. Unos días antes del evento me llama la asesora de la asignatura y me anuncia que el evento se suspende, que no habrá conferencia, porque no estaba dentro de la planeación. Desconcertada le pedí una explicación, -¿qué pasa en realidad, quién dijo no?, -la pulcritud de la asesora casi desatina y le tiembla la voz cuando me dice “los de líneas curriculares”. ¡Ahh!, exhalé con fuerte aliento –los curriculares, bien lo haré sólo para mis alumnas, solamente en mi salón.
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El día llegó. La cita estaba dispuesta. El anuncio estaba hecho. El evento tenía nombre, “los escritores a cuentas” se llamaba, se hablaría de lectura y de escritura que eran las habilidades desarrolladas por esta asignatura; leer y escribir eran los nombres de los campos y empataba perfectamente. Los escritores serían: Romualdo Gallegos, Enrique Saucedo y Guillermo Berrones; las alumnas los esperaban y en un arrebato de ansiedad llenaron el salón con globos, hicieron carteles y se uniformaron de rosa.
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Una hora antes de comenzar el evento, estaba sentada frente a una computadora terminando de afinar el discurso de la presentación cuando una mano fría toca mi hombro derecho. Volteo inmediatamente y era mi asesora. -Qué susto me diste- le dije, sonrió y me preguntó –¿qué haces? Le mostré la presentación que había hecho y salió. Unos minutos después regresa con una noticia, -no puedes hacer el evento, -ni siquiera dentro de tu salón. Ante la noticia quedé pasmada, el atentado era injusto y sinrazón, el desafío inmediato me llevó a decirle que lo haría de igual manera. Me parecía injusto y las razones que me daba eran invalidas y con falta de sustento, le recordé la verbena que vivimos, tampoco estaba dentro de la planeación y sin embargo lo hicimos, era un ejemplo para invalidar la razón de la falta de planeación del evento: que no se encontraba “los escritores a cuentas” dentro de las planeaciones de Marzano que habíamos entregado meses antes.
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El desafío duró poco, inmediatamente después del anuncio escucho la voz del coordinador del semestre. La llamada duró más de tres minutos, me habló con voz pausada y me dio la recomendación, de no hacer el evento. Colgué el teléfono fui al baño, me tire agua en la cara, respiré hondo y decidí cancelar el evento. Salí del baño y en el lobby de la escuela se encontraba el primer escritor, iba llegando Guillermo Berrones. Con una explicación cortada por los suspiros de coraje Guillermo entendió de inmediato, intentó hacerme sentir bien y cuando se dio la vuelta entraba el segundo escritor, Romualdo Gallegos; no podía explicarle algo que me parecía inexplicable, Enrique Saucedo se enteró después y se marcharon tres escritores, dando la espalda a una institución que no quiso recibirlos.
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Era la hora de ir a clases, caminaba por el pasillo modificando el discurso que había planeado decirles una hora antes (eso fue lo más difícil). Llegando al salón inhalo el aire necesario para la noticia y alcanzo a escuchar –ya vienen los escritores, prepara las sillas. Cuando entro se escucha un grito: “¡Bienvenidos!”. Mi sonrisa se congeló y se convirtió en una mueca que duró unos minutos. Las alumnas se dieron cuenta que no habría escritores, les dije que le pidieran explicaciones a la coordinación porque yo no las tenía. Ellas exigieron una explicación que nunca se dio.
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Desde entonces, las injusticias, los temores, las tristezas, el coraje, han ido creciendo en la institución. Se les ha visto en las caras desencajadas de quienes las vivimos, nos acompañan a dar clases, entran al salón y las compartimos con los alumnos; alumnos que son testigos y únicas víctimas de estas formas extrañas de regular la institución.
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Actualmente me preparo para impartir el curso de Estrategias II y tomaré las medidas necesarias. Incluiré (si me es permitido) eventos sin nombres para evitar diabólicas excusas.
Sé lo que hicieron el verano pasado y lo recordaré por siempre…
Ileana Cepeda