lunes, 10 de noviembre de 2008

Se despegaban sus pies del asfalto, levitaba de lado a lado de la casa con la vista perdida, los niños apenas si la miraban hacer el desayuno mientras ella untaba con mantequilla el pan de las mañanas.

Él hacía como si nada pasara en esa casa de la esquina con jardín y muebles de ratán. Se levantaba animoso silbando en las mañanas como queriendo despertarla del sueño perturbador en que vivía, con pocos resultados. Tiene que ir a trabajar y llevar a los niños al colegio.

Ella no le arregla la corbata, no le endulza el café, no le da un beso al despedirlo. Sólo pasa la mirada donde van los niños y los despide con una mueca parecida a una sonrisa. Cuando la cocina queda vacía sube apresurada al cuarto de la hija mayor, saca la cinta del Taekwondo, la coloca justo al centro del armario de su hija, mete su cabeza en el nudo de la cinta y suelta sus pies para alcanzar el suelo que había abandonado meses antes. Regresa la mueca, regresan las historias, los prejuicios, las angustias, los finales.

7 comentarios:

Fernando Arellano dijo...

Excelente relato. Así, sin psicologías ni filosofías de por medio, un cuento breve con todas las de la ley.

Por cierto: gramaticalmente impecable.

Anónimo dijo...

al menos no fue con el "sagrado" lazo de boda.

Me gusta!

salud0s

Anónimo dijo...

un caso identico llevado a la vida real.

una mujer que conocia se suicido dejando a dos pequeños y a su hija mayor.

y lo que da miedo es que fue de la misma manera a como usted lo narra.

casualidad???????

° Marilyn ° dijo...

Me gusta porque, como cualquier buen cuento, me deja pensando los por qués.
Las imágenes son muy buenas.

Saludos maestra!!!
Abrazoooooooooooooooooooo enorme.

Anónimo dijo...

Bien, me ha gustado.


saludos.


g

Anónimo dijo...

Bien, me ha gustado.


saludos.


g

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.