domingo, 1 de marzo de 2009

Noche de sobredosis

Reaccione ante la dulzura de una voz cantante y la melodía de un poema recitado delicadamente. Sin la formalidad del recinto teatral, la solemnidad de los eventos donde acostumbramos a leer y escuchar poemas Edel Juárez y Adrian Gil, nos sobrecargaron de palabras bien formadas que se balanceaban cadenciosamente en una noche impertinente.

El recinto invitaba al murmullo, una copa y hasta arrumacos al escuchar al poeta seguido de la voz y música de Adrian Gil. El concepto del concierto fue distorsionado por los asistentes quienes al escucharlos en informalidad comenzaron a alzar la voz al grado de deformar el sonido armónico del ambiente.


Lo que ocurrió esa noche, es el resultado de un fenómeno de simulación que se observa en círculos sociales que reúnen a personas con gustos similares. Cuando te integras a un grupo religioso, imaginas que las personas que encontrarás son personas interesadas en la religión. Así podremos mencionar grupos de cacería, de pesca, de golf, de fotógrafos, de gerontofílicas, incluso los grupos de amigas o compañeros se forman en torno a una aproximación de gustos, preferencias que pueden compartir desde el lenguaje, afectos y experiencias.


Entonces si acudes a un "Concierto poético" esperas coincidir con personas interesadas en la poesía y respetuosas de éste género. El lugar es un bar donde la etiqueta es la trova. En un lugar que tocan trova un concierto de poesía; era casi-casi ideal. Aquí viene la relatoría del evento.


Al llegar nos conducen a una mesa al centro del lugar rodeados de poca gente, llamaban la atención tres chicas de ropa demasiado pequeña, cabellos bien peinados y cada una con un color diferente: rubio, castaño y negro, rostro perfectamente maquillado, un colguije por aquí, un moño por allá, y como si su glamur no fuera poco traían un alboroto que era imposible no verlas.


Comenzó el concierto, el par de artistas agradecieron nuestra presencia y comenzaron la función. Canción y poema; esa sería la dinámica del concierto, entre una y otra nos hacían comentarios y contextualizaban sobre la poesía o la experiencia de cada canción y poema. Los comentarios de los escritores eran demasiado inteligentes para la minúscula… audiencia; incluyeron unos versos de Manuel Acuña, que nadie percibió.


Nos tuvimos que cambiar de lugar porque las personas que estaban detrás de nosotros no nos permitían escuchar los poemas, hablaban demasiado fuerte, así que mi escasa concentración provocaba imágenes mentales difusas entre los poemas de Edel y lo que le dijo el compañero de su amiga, que había escuchado, que había dicho su jefe de la mujer que estaba sentada detrás de mí.


Ya más cerca del estrado y lejos de la interesantísima conversación de la chamaca, pudimos disfrutar del resto del concierto. Me resultaba triste escuchar y ver como las palabras recorrían el lugar buscando donde meterse, ondeaban y se paseaban por el piso, tocaban las paredes, hacían círculos y piruetas para entrar en los oídos de los asistentes y como decía mi madre cuando era niña "por un oído te entra y por el otro te sale" así paseaban las palabras sin tocar algo dentro de las personas que las oían. Las palabras desconcertadas pasaban y pasaban insistían y nada. El lenguaje gíglico que usaron los artistas estuvo reducido a solo un grupo diminuto de personas.


Los creadores, recogieron una a una de las despreciadas letras, las echaron en sus libros, las escondieron en su guitarra, dejaron el ABC tras su silla vacía y sonrientes nos dijeron adiós. Me pareció pertinente pedir disculpas por aquello del qué dirán tan norteño, además de esas apariencias que tanto nos preocupan, dado a que uno de ellos viene de Cuba y el otro del norte de la Ciudad de México; no vayan a pensar que todos somos así. En la conversación me sorprendió la respuesta de Edel –hay que darles dosis y dosis de poesía hasta que se acostumbren- me dejó sin palabras y le contesté no sé qué cosa, pero ahora le completo la frase, - hasta que se vuelvan adictos y la tomen irresponsablemente a cada momento, hasta que no respiren, no vivan sin ella.


Al día siguiente mientras barría mi patio, pensaba aún por qué había sucedido eso, por qué ahí, por qué a ellos, y una pregunta recurría ¿qué hacían ahí? Simuladores; eso son. Personas que nos roban la identidad y la distorsionan, como si el unirse a un grupo los convirtiera en elementos. No por asistir a un recital de poemas te vuelves culto, no por escuchar trova serás más interesante; se trata, en todo caso, de saber disfrutar. A fin de cuentas, parecer no te hace pertenecer, el "ser" tiene que construirse.


P.D. NRDA a personas verdaderamente fanáticas de la poesía.



Ileana Cepeda.