martes, 18 de septiembre de 2007

- mis papás son poetas -

Era un jueves y me presentaba con mis nuevos alumnos de tercero de secundaria; luchaba contra la falta de planeación, ya que había ingresado intempestivamente sólo con el libro de español bajo el brazo y mi presentación personal que había repetido tantas veces. Una vez más comenzaba mi discurso. A los pocos minutos descubrí que nadie me escuchaba; alteré mi discurso aprendido al verme ignorada, y los puse a leer un texto que venía en su libro, llamado México florido y espinudo, esperaba pensar en algo mientras terminaban su lectura pero no me dieron tiempo, y así comenzaron las preguntas: ¿Qué quiere decir esta palabra?, ¿Qué quiere decir el autor cuando menciona esta palabra? Ellos me daban la pauta para continuar con la clase; me sorprendí al ver el nivel de interpretación de los alumnos, así como las comparaciones que hacían con otras lecturas. Había un grupo de tres muchachos que me ponían a prueba lanzándome pregunta tras pregunta, y en cada una me enviaban un tiro a matar, mientras yo trataba de defenderme cubriéndome con lo que sabía como escudo a ese ataque. Terminamos la batalla, el silencio se hizo presente en el salón, sonreí, me respondieron con una sonrisa que vi como poco a poco se convertía en una sola, me sentí entonces aceptada.

En este ambiente de armonía les pregunté cual había sido su último libro y hubo respuestas típicas como los libros de Harry Pooter, El señor de los anillos, Cañitas, en general los libros más nombrados, pero una alumna me dice que su libro es El perfume, -de Patrick Süskind- le digo, asintió con la cabeza y con una sonrisa que iluminaba su cara. Hizo una pausa y levantó su mano pidiendo la palabra, yo con la mirada fija en Ximena, con la mano derecha abierta y el brazo extendido les pedía a unos alumnos que se callaran con la mano izquierda le concedía el derecho de hablar. Amplió su sonrisa lo más que pudo, sus ojos se iluminaron y llenaron de luz todo el salón cuando su boca decía –mis papas son poetas, son José Javier Villarreal y Minerva Margarita Villarreal- quedé enmudecida tratando de recapitular en todo lo que había hecho y dicho frente a la hija de unos poetas a quienes había leído hace algunos años. Sonó el timbre y creo que aún no podía articular palabra, me había quedado inmóvil, reaccione, recogí mis pertenencias, salí del salón.

Desde entonces he observado a Ximena, busco día a día su rostro entre todos los adolescentes que se mueven por la secundaria, es fácil de encontrar, lleva una sonrisa constante en su cara, su cabello es brillante al igual que su sonrisa y sus ojos son una fuga de luz que iluminan el paso. Ella sabe que la aprecio, se da cuenta porque cada que nos vemos compartimos la sonrisa en un acto de complicidad, por los silencios que dicen todo entre el ruido y el barullo que existe en el salón.

Recordando aquella petición de Jaime Sabines, donde decía que los poetas debían tener una estrella en la frente para que la gente los reconociera, y observando a la hija de dos poetas, quisiera atreverme a decirte, Jaime Sabines, los poetas no llevan una estrella en la frente, esas estrellas te las ganas cuando sacas diez en el dictado; los poetas llevan la luz de las estrellas en los cromosomas, que haciendo el pareado entre padre y madre forman genéticamente un ser. El caso de Ximena es excepcional, su padre y madre son poetas; es decir, tiene herencia genética luminosa, que explica esa luz que irradia en su andar. Jaime, hasta ahora me había quedado con tu petición y la difundía con quienes podía hablar del tema, pero desde que conozco a Ximena he cambiado esta concepción. Ximena, gracias por permitirme conocerte y a tus padres por regalarnos su sensibilidad y su percepción de la naturaleza.
Ileana Cepeda Treviño